En todos los confines de la Tierra, a lo largo de los tiempos, el ser humano a buscado respuestas a sus interrogantes, ha preguntado al firmamento estrellado, al vuelo de las aves, a los palillos, a las monedas, a las hojas de té, hojas de coca, a los granos de maíz, al tabaco, a las entrañas de los animales, ha echado las cartas y de hecho llegaron respuestas.
En los últimos años ha surgido (o mejor dicho, ha resurgido, después de unos doscientos años aproximadamente) un frenesí insólito: la que podríamos llamar “tarot manía”. Tarot en las revistas, en los quioscos de periódicos, en los estancos…
Definir esotéricamente Tarot, no es ciertamente una tarea difícil : son cartas, cartas que llevan imágenes más o menos coloreadas, más o menos artísticas, transmitidas por la tradición o firmadas por buenos maestros del dibujo.
Un montón enorme de signos crípticos, diversamente asociados, suficientes para trazar, en sus líneas más esenciales y profundas la historia del mundo que es, en el fondo, la historia de cada hombre. Quizás es éste uno de los motivos, o tal vez el único, por el que el Tarot, más allá de la habilidad del cartomántico, más allá de las probabilidades y de la casualidad funciona. Hablan a través de símbolos muy íntimamente unidos a nosotros, infinitesimales fragmentos de la humanidad: los arquetipos, los grumos de energía en torno al que se construyen las creencias y la personalidad de cada uno, de la familia, de la tribu, del pueblo, de toda la raza.
La cartomancia es una forma de precognición, clarividencia y retrocognición, es decir, un sistema que a través de asociaciones simbólicas llega a revelar y definir el presente el pasado y el futuro del consultante.
Ningún otro elemento se encuentra confiado a las manos del adivino más que estas pocas cartas, un puñado de símbolos con los que él juega, en los que se pierde, en los que establece relaciones e interdependencias.
El mecanismo capaz de hacer aparecer esta capacidad, resulta en este procedimiento adivinatorio, muy complejo. Cierto es que el sensitivo se sirve como un apoyo, un bastón donde puede apoyarse para alcanzar el estado alfa, condición indispensable para que se haga extrínseco el “sexto sentido”.
Pero también es verdad que las conclusiones que obtiene son el fruto de imágenes precisas, razonadas, perfectamente calibradas en su arcano simbolismo, totalmente distintas a lo que puede ser visto en los sueños o en los posos del café. Imágenes que se encuentran en su totalidad, en una continuidad rigurosa y perfecta, así como las cosas, las personas, los animales y las plantas están ordenados en el cosmos como en un armonioso dibujo. De esta forma se teje el fenómeno de videncia sobre una trama de símbolos de arquetipos, estándares, relacionados con las cartas extraídas. Ni siquiera la extracción de las láminas tiene lugar de una forma casual. El consultante las elige debido a una misteriosa atracción, aunque le sean presentadas boca abajo, y a través de esta elección proporciona al adivino los rastros, los puntos clave sobre los que estalla la percepción extrasensorial, la precognición.
Dotadas de un profundo sentido sagrado, conferido por el simbolismo que las impregna, exigen de quien las maneje, seriedad, respeto y confianza. Los oráculos de todos los tiempos siempre han mentido a aquellos que no creen, a los que juegan o se burlan.
Las cartas del tarot se han de consultar serenamente, en un lugar tranquilo, en horas alejadas de las de la comida, después de haberse lavado las manos cuidadosamente, concentrándose profundamente en la pregunta que ha sido hecha. Hacerlo para los demás resulta, con toda seguridad, más fácil; hecha para uno mismo esta operación exige una gran objetividad y una acusada separación de lo que se ha vivido, que es accesible a muy pocas personas.
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